#MiEscenaFavorita: “El río y la muerte”

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Por Esteban Couto

“Cualquiera pensaría que en Santa Bibiana reina la paz; sin embargo, la vida del pueblo está presidida por la muerte”, se oye la voz in off en la presentación de “El río y la muerte” (1955), una de las películas más trascendentes de la filmografía de Luis Buñuel, el cineasta español que se mudó a tierras aztecas y se naturalizó mexicano tras el complicado panorama que se vivía en España en medio de la dictadura franquista. Es en este pasaje inicial que se ubica una imagen que define tal cual las tradiciones e idiosincrasia de los pueblos mexicanos que viven aislados de la civilización y resuelven sus problemas personales a punta de bala o navaja, batidos a duelos a muerte, incluso por viejas rivalidades heredadas de antaño por los antepasados de la familia.

Aquella es #MiEscenaFavorita, mostrando las calacas de adorno en venta, representativas de un México violento pero que rinde homenaje a sus muertos y cree en ellos, en su presencia-ausencia, en el honor de vengarlos si alguien les ha quitado la vida y en que las personas son vigiladas por estos aun después de su partida. Es así que se desarrolla la historia de dos familias enfrentadas hace ya varias generaciones atrás: los Menchaca y los Anguiano. Después de una larguísima cadena de asesinatos por venganza, Gerardo Anguiano, joven médico hijo de Felipe (asesinado por un Menchaca), vuelve al pueblo y todos esperan el enfrentamiento final entre él y Rómulo Menchaca, empecinado en cobrar una vieja afrenta familiar. El film narra los acontecimientos de dicha rivalidad a través de un flashback de Gerardo y narraciones con voz in off que van dando forma a esta historia con interesantes escenas simbólicas, como la vieja costumbre de perdonarle la vida al asesino si este consigue cruzar el río para vivir en soledad el resto de su vida en la otra margen. Otra escena interesante es la costumbre de hacer visitar al muerto todos los espacios que recorrió en vida, inclusive visitar la morada de su asesino antes de ser enterrado, a manera de reclamo y buscando encender más el odio en los deudos de la víctima.

El mismo Buñuel mencionó que la mayoría de sucesos que cuenta el largometraje son auténticos, basados en hechos reales, y que oculta un profundo mensaje social. Un mensaje que criticaba las costumbres (aún latentes) de un México arraigado en la crudeza con que la muerte era concebida por su gente y que ponía en cuestión la dualidad civilización-barbarie que marca el derrotero de la tesis de esta magistral obra cinematográfica.

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